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Solo diez equipos de Primera y Segunda disponen de estadio propio
El proyecto del nuevo estadio de Vizcaíno choca frontalmente con la realidad del fútbol español en el que la norma es utilizar instalaciones de terceros.
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Grada Amarilla - 09 oct 2021 - 11:39 CEST
El Cádiz CF juega sus encuentros como local en el Nuevo Mirandilla, antes Ramón de Carranza, desde su construcción en 1955. Sin embargo, el estadio, propiedad del Ayuntamiento de Cádiz, parece haberse quedado pequeño para el proyecto de crecimiento que el presidente, Manuel Vizcaíno, tiene pensado para el club.
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El equipo disfruta de las instalaciones municipales merced a un acuerdo, modificado en 2012, que tan solo le obliga a sufragar los gastos corrientes de luz y agua y las mejoras necesarias para adaptarse a las categorías en las que milita. Además, recibe varias subvenciones para, entre otras partidas, celebrar el Trofeo Carranza, apoyar el fútbol base, mantener las instalaciones, etc.
El recinto deportivo, reconstruido completamente entre 2002 y 2012, lo que lo convierte en uno de los de más reciente construcción de LaLiga, ha experimentado varias mejoras de equipamiento por el empeño decidido del club de convertirlo en un terreno de juego para Primera División. Sin embargo, el máximo mandatario considera que la entidad necesita un campo propio, más grande y con mejores dotaciones, para poder desarrollar al máximo las posibilidades económicas del club.
La realidad del fútbol español, sin embargo, discurre por otro camino. Tan solo los grandes clubes con títulos importantes en su haber y trayectoria europea, Atlético de Madrid, FC Barcelona, Real Madrid, Valencia, Real Betis y Sevilla, disponen de un reciento en propiedad. A estos equipos se suman, por diversas cuestiones, clubes más modestos como el RCD Espanyol, el Elche y el Huesca. Otros equipos que han adquirido peso en las últimas temporadas, como Villarreal, Celta de Vigo o Real Sociedad, siguen utilizando instalaciones públicas.
El último estadio en levantarse en Primera es el Wanda Metropolitano. Los más de 300 millones de euros que costaron sus obras se sufragaron, en buena medida, con la venta de los terrenos que ocupó el viejo estadio Vicente Calderón y un préstamo que el club espera afrontar con el aumento de ingresos por aficionado y la venta del naming del edificio. El Nuevo San Mamés tuvo un presupuesto final de 186 millones de euros, de los que el club tan solo aportó 50. El resto vino de la mano del Gobierno Vasco, la Diputación de Vizcaya, el Ayuntamiento de Bilbao y la entidad financiera Kutxabank.
Son cifras imposibles de alcanzar para clubes modestos que apenas pueden mantener la presión de formar plantillas competitivas en un mercado de fichajes inflado artificialmente. Además, hay que tener en cuenta que la competición española es de las más desiguales del continente europeo. En otras competiciones, como la Premier League inglesa, los derechos de retransmisión se reparten de un modo más equitativo. En esta competición, por ejemplo, al líder y al colista apenas los separan 50 millones de euros de ingresos por esta partida, mientras que, en España, el equipo que más recibe casi cuadruplica al que menos.
En este escenario, parecería una temeridad que un club como el Cádiz CF, que ha disputado la máxima categoría en tan solo tres temporadas en las últimas dos décadas, afronte, en solitario, la construcción de un estadio propio sin comprometer seriamente su viabilidad económica a futuro. Puede ser un proyecto muy atractivo, pero comportaría riesgos inasumibles para una entidad que, además de ser propiedad de sus accionistas, es patrimonio inmaterial de todos los cadistas y gaditanos.